Columna de Lorena Yáñez Peretti
Durante este último tiempo el movimiento social feminista ha remecido todas las esferas de la sociedad. Nuestra universidad no ha estado ajena a esta causa, ha sido un camino largo y complejo que iniciaron las estudiantes y que nos ha hecho cuestionar las viejas formas de relacionamiento, haciendo evidente aquellas aristas que habíamos soslayado: “No más”, “Ni una menos”, “No es No”.
De esta manera, hemos aprendido como mujeres, que son muchas más las cosas que nos unen que lo que nos separan, que nuestra lucha debe trascender la diferencia, que debemos encontrarnos y conversar sobre las situaciones que vivimos y nos afectan de igual forma, levantando una sola voz por la reivindicación de nuestro género.
Hemos avanzado poco a poco y la universidad también se ha sumado. De esta forma, con la participación triestamental se conformó la Comisión Institucional sobre Acoso, Hostigamiento, Violencia y Discriminación Arbitraria, que es una gran contribución para esta comunidad universitaria.
Si bien, reconozco los avances, aún falta mucho camino por recorrer, porque hablamos de un cambio cultural basado en el respeto por la diferencia que llegó para quedarse, pero los cambios culturales son lentos, aparecen resistencias y por eso es necesario que la universidad avance unida, integrada, cohesionada, incluyendo la academia, estudiantes y trabajadoras/es.
En la Universidad las mujeres somos el 48% de la dotación, estamos muy bien representadas en los procesos de servicios y soporte, pero estamos sub representadas en cargos directivos y jefaturas, es decir, en la instancia de la toma de decisiones. No dudamos del mérito de que quienes están allí ahora, pero vale la pena cuestionarse por qué ocurre esto.
En la Orquesta Sinfónica de Boston todos los músicos eran hombres y cada vez que había una vacante se abría un proceso para seleccionar al mejor para el puesto, que siempre resultaba ser otro hombre. Esta tendencia continuó hasta que decidieron seleccionar profesionales mediante audiciones a ciegas, con los candidatos/as tras una cortina negra y descalzos, el único criterio válido era escuchar la ejecución del instrumento y entonces ¡sorpresa! las mujeres tuvieron cabida y el resultado fue una orquesta equilibrada» ¿Nos estará sucediendo algo parecido aquí en la universidad? Vale la pena preguntárselo, porque eventuales sesgos en la cultura de nuestra organización resultan determinantes para establecer qué es ser mujer hoy en la PUCV.
Comparto con ustedes un sueño que les conté hace unos años: en que llegue el día que no sea necesario conmemorar el 8 de marzo para visibilizar nuestra lucha de mujeres, porque en ese momento la equidad de género va a ser un hecho, los hombres se habrán sacudido del peso del machismo y nosotras habremos de ser valoradas como lo que somos: Mujeres, personas, seres humanos en igualdad de respeto, de derechos y de condición. Pero nada de eso ocurrirá si no nos OCUPAMOS.
Ser mujer en la PUCV hoy es una definición en proceso, es una pregunta latente, que requiere juntarnos a conversar para encontrar respuestas que impulsen los cambios. El tiempo de competir entre nosotras se ha terminado, es hora de practicar la empatía, la solidaridad de género, la tolerancia a la diferencia, porque así es como podremos construir lo que queremos.